IMPRESIONES: "La fachalfarra", de Alfredo Martín

Alfredo Martín tiene un talento notorio y probado para la aventura plena de riesgos de construir dramaturgia y espectáculos a partir de textos literarios narrativos. Esta operación, este pasaje, desde la narrativa literaria hacia el espectáculo teatral, no constituye una "adaptación" ni una "versión". Se trata, llamando a las cosas por su nombre, de una "transposición", procedimiento que implica, entre otras cosas, que la materia de partida y la de llegada no son solo dos géneros diferentes, sino dos lenguajes distintos: uno es literatura; el otro, no. No es lo mismo escribir un texto teatral a partir de otro texto teatral, por ejemplo tomar "Tío Vania" de Chejov o "El zoo de cristal" de Tennessee Williams (por nombrar dos casos emblemáticos que dieron nacimiento a textos dramáticos inolvidables como "Espía a una mujer que se mata" de Daniel Veronese, "El tiempo todo entero" de Romina Paula, o "El amor es un bien" de Francisco Lummerman), no es lo mismo eso, decíamos, que escribir un texto teatral (o un guion cinematográfico) a partir de un cuento o de una novela (y, además, dar el paso siguiente y saltar de ese texto al espectáculo, de ese guion a la película).

 

Esta es la tercera vez que Alfredo Martín trabaja sobre el universo y los textos de Witold Grombowicz (lo hizo previamente en "El Paraíso", a partir del cuento "La virginidad" y en "Detrás de la forma", a partir de la novela "Ferdydurke", que ahora vuelve a visitar), y ya había asumido y superado desafíos mayúsculos, además, al hacer la misma operación con Kafka ("La metamorfosis", "Ante la ley") y Dostoievski ("El doble", "La mansa"). O sea que hablamos de alguien entrenado, adiestrado en la dramaturgia de textos narrativos, como diría Sanchís Sinisterra.

 


Este espectáculo en particular, La fachalfarra, que vuelve al escenario tras su primer ciclo 2019/2020, tiene enormes resonancias rioplatenses y permite un doble viaje simultáneo al mundo próximo a octubre de 1945, y a la actualidad más contemporánea. Es, en algún sentido, y a falta de un nombre o categoría que lo describa mejor, una "sátira grotesca rioplatense" que desnuda las tensiones de clase, los choques entre diferentes modos de ser, modos de existir y de devenir, y la violencia que subyace en las relaciones sociales y en toda configuración, toda forma que se pretenda cristalizada. Esa mezcla de Facha y de Farra a la que alude el título, ese neologismo que suena antiguo y lunfardo, es la síntesis adecuada de cierto modo de estallar las palabras y los sentidos que propone la literatura narrativa de Witold Grombowicz y que Alfredo Martín transpone con destreza a la dramaturgia y al hecho teatral en sí, en un trabajo creativo que, como fue dicho, tiene que presentarse no únicamente bajo una forma nueva sino en otro lenguaje completamente diferente al literario. Si nos permitimos jugar con el significante creado, fachalfarra, podremos derivar y hurgar sentidos que nos llevarán de "Facha" a "Cara" a "Máscara" y a "Persona o Personaje".

 

El espectáculo, escrito y dirigido por Alfredo Martín, tiene algunos momentos de gran belleza plástica en los cuales las imágenes devienen poesía, así como otros momentos que parecen coreografiados milimétricamente, como una danza de formas impostadas, que funcionan muy eficazmente para narrar y describir en un mismo gesto. A lo largo de todo el espectáculo, la energía actoral fluye, se amalgama y se ordena alrededor de ese diapasón, ese emisor constante de la nota fundamental y perfecta, que es Marcelo Bucossi cada vez que se hace presente en un escenario.



En Detrás de la forma (2010/2011/2012) veíamos cómo Joseph Kowalsky, un hombre de más de treinta años, regresaba a su adolescencia a partir de la intervención de su maestro, el profesor Pimko, quien lo llevaba al colegio secundario. Allí era testigo de la forma en que los jóvenes intentaban ser maduros para escapar de los manejos del cuerpo docente. Luego se iba a vivir a casa de Zutka, una moderna colegiala y sus padres Juventones, donde lo incitaban a enamorarse de la juventud. Por último, se escapaba al campo de su tía con su amigo Polilla, donde lo esperaba su familia de la infancia y un destino de señorito entre los peones. En aquel espectáculo, la forma no se descubría en la cultura o el mundo adulto, sino que se la inventaba y construía desde la inmadurez. Todo lo que parecía seguro y respetable en el mundo de los hombres se veía barrido a golpes y ridiculizado, hasta terminar siendo lamentable y grotesco. Veíamos el despliegue de la inmadurez, esa energía de los que se resisten a crecer, el golpe que lo inferior asesta a lo superior, el triunfo de lo bajo, la vulgaridad por sobre la exquisitez y lo sublime.

 

Ahora, en La fachalfarra (2019/2020) repetimos de algún modo ese viaje, pero con otros matices y énfasisPepe/Joseph no desea renunciar a su inmadurez y huye de la ciudad junto a Polilla, su amigo adolescente. Se marchan al campo para alcanzar una vida pura, buscando un auténtico peón-peón. En la casa de su tía Hurlecka se reencuentra con su familia, rara mezcla de oligarcas con pretensiones aristocráticas, señoritos con olor a bosta apenas disimulado por sus costumbres clasistas y el culto a la servidumbre, o el placer del dominio. Polilla decide "fraternizar" (exquisito eufemismo para que el espectador piense cuál es el pecado que no se puede nombrar y en qué consiste traicionar un destino de clase) con un criado/peón de la casa y transgrede las reglas del juego, arrastrando a su amigo, y generando un conflicto familiar que detona violentamente.

 

El resultado de esta nueva zambullida de Alfredo Martín en la obra y en el mundo de WG es un espectáculo desenfadado, extravagante, desmedido, reflexivo, explícito por momentos y que permite al espectador un trabajo muy dinámico de asociaciones y lecturas que vale la pena acompañar, y en el que todos los rubros artísticos aportan, suman, multiplican, amalgamándose con toda la natural artificiosidad y arbitrariedad con que las convenciones teatrales se nos imponen, por suerte, cuando nos dejamos llevar, nos rendimos al hecho teatral vivo.

 

Dramaturgia y Dirección / Alfredo Martín

Elenco / Julián Belleggia, Ángel Blanco, Marcelo Bucossi, Emanuel Cacace, Luis Cardozo, Natalia Chiesi, Milton De La Canal, Ariel Haal, Rosana López, Juani Pascua, Luciana Procaccini, Gustavo Reverdito

Vestuario / Jessica Menéndez

Escenografía / Fernando Díaz

Iluminación / Héctor Calmet

Diseño sonoro / Mariano Schneier

Musicalización / Emanuel Cacace, Ariel Haal

Video y Fotografía / Ignacio Verguilla

Entrenamiento corporal / Armando Schettini

Asistencia de dirección / Iván Pedernera

ANDAMIO ´90


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